martes, 6 de junio de 2006

La lluvia amarilla, de Julio Llamazares

NUNCA HUBO UN TIEMPO EN EL QUE YO NO EXISTÍ, NI TÚ.
NI HABRÁ UN FUTURO EN EL QUE DEJEMOS DE EXISTIR.
Bhagavad Ghita


Pasar las páginas de La lluvia amarilla es sumergirse en la caricia de las palabras. Pero es una caricia dolorosa, trufada de muerte. Entronca esta novela, de placentera lectura, con aquellos textos que están narrados por muertos desde la muerte. Hay muchos de ellos, aunque ahora sólo me vienen a la cabeza textos cinematográficos: Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses), American Beauty, All That Jazz... Todas ellas están narradas desde la muerte, como esta novela. Ello implica que lo que vamos a ver debe ser sometido a la duda (y, de hecho, aunque la narración partiera de un narrador vivo también deberíamos aplicar el prisma de la duda), al visionado peculiar de los recuerdos (¿acaso no ocurre tal en el resto de la literatura o, por qué no aceptarlo, en nuestra vida real?). Es un salto sin red hacia el mundo de las sombras; podríamos desvariar con el significado obvio de tal símbolo, o incluso con la percepción psicoanálítica, pero creo que debemos quedarnos con la visión platónica. Si tal visión tenemos en mente, entenderemos que nuestro personajes vive en una cueva y que sólo percibe sombras. Va a llegar un momento en el que se crea que la realidad son únicamente sombras. Y él acaba, desde su locura, transformándose en una sombra, igual que su mujer.
La niebla lo cubre todo, y cuando entonces es la nieve, y cuando entonces la lluvia amarilla de las hojas que caen de los árboles. La leyenda flota en el aire, la magia, la tradición. La muerte se queda en la piedras, que no hay que coger si quieres seguir vivo. Los árboles más tupidos son los más mortales y, cual Edén bíblico, gozar de sus frutos lleva consigo la expulsión del paraíso.
El silencio es el protagonista absoluto. Es la perra la que más sonidos genera, aquélla cuyos ojos más emociones transmiten. El silencio es roto por respiraciones estentóreas transmisoras de agonía.
La muerte nos iguala a todos. Hasta en la historia de la perra la infernal parca ocupa más palabras que la vida.
Lo no lineal tiene sentido. Un personaje muerto aparece vivo de repente. Un vivo aparece muerto. ¿O tal vez nadie ha muerto? ¿O tal vez todos estén vivos en alguna parte? Lo que ocurrió antes, ocurrirá luego.

P.S.: Aconsejo, tras la lectura del libro, una vuelta por esta página de internet:
http://www.educa.aragob.es/iescarin
Una vez allí buscar la entrada de la fecha 26/05/05. Se trata de unas fotografías realizadas por unos estudiantes de los parajes en los que se ubica el texto.

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