lunes, 28 de febrero de 2005

Frío

Luna llena de enero
A tus pies me postro
A tu sombra me rindo
A tu brillo me someto

Luna de enero
Luna llena de enero
Hace frío, mucho frío
Luna llena de enero
Luna de enero

Aquella fría y lejana tarde
Paseando por el parque
Quise escapar del distante mundo
Sólo para solo contemplarte

sábado, 26 de febrero de 2005

Descubrimientos musicales

Sé que hay ciertos aspectos que jamás se ordenarán (y es que también se que es imposible el orden absoluto), pero hay otros que sí: por ejemplo, mi estantería de discos. La verdad es que tengo varias de ellas, y, para qué engañarnos, no sé cuántos discos tengo. Ni lo sé ni me importa.
El caso es que rebuscando entre discos olvidados me ha aparecido una colección de temas de Jon Spencer Blues Explosion. Estuvieron hace poco tocando en mi ciudad y, a pesar de los comentarios de los medios de comunicación, a pesar de lo que mis amigos me dijeron, dejé pasar la oportunidad. Tras haber recuperado ese CD de ellos (resulta que tengo más y no lo sabía) me he quedado alucinado de la calidad de la banda; y, de todo el conjunto, me quedo con la voz del cantante y el sonido de la batería. ¡Increíble! Me ha hecho recordar el momento en que descubrí el sonido cañero de los Godfathers (¿dónde se han metido?), o el impacto que me produjo escuhar (con mucho retraso, todo hay que decirlo) a Los Inmates versioneando a Los Beatles.
Sobre otro descubrimiento de hoy hablaré otro día, o tal vez no.

jueves, 24 de febrero de 2005

Otro guión de otro programa de radio

GRACIAS A DAVID MARQUETA

Herman Düne, Turn Off The Light (2000)

(5) «Shakespeare & North Hoyne» (00:00…)

Son Herman Düne, una banda sueca compuesta por los hermanos Düne y un tal Omé, que se encarga de batería. Frente a la brillantez que hemos traído habitualmente a esta sección, hoy hemos optado por algo más tétrico. No hace falta entender inglés para entender qué nos dicen. Basta con prestar atención a la dolorosa voz de los hermanos Düne para pillar el dolor que se encierra en estos temas. Cada una de las canciones supone un salto hacia un mundo triste interior, como ocurre con «As Long As Fakers Run» («Mientras Los Impostores Gobiernen»). La tristeza viene generada por un sentimiento de impotencia ante determinadas lacras de la sociedad, como los racistas.

(6) «As Long As Fakers Rule» (1:00 [entrada de voces +/-]…)

Pero también hay espacio, pequeño, para la ternura. «Drug-Dealer In The Park» («Traficante de Drogas en el Parque») asistimos a una reflexión sobre qué ocurrirá con lo que ahora es amor si las cosas van mal y hay que acabar vendiendo droga en el parque. A pesar de eso, la ternura sale a la luz: «Si te gusta que me ponga colorado me pondré colorado, y mientras esté colorado, te cogeré la mano para que tú también te pongas colorada».

(2) «Drug-Deealer In The Park» (1:45 [entrada de voz]…)

Ese sentimiento de tristeza y de dolor no sólo es conseguido por la voz y por los textos cantados. La parquedad instrumental es un elemento clave, a lo que se une la sencillez, por no decir primitivismo, con el que está grabado el álbum. Es un álbum triste, pero de una sinceridad enorme, que no se escuda en complicados textos ni en complicadas producciones.

(3) «You're So Far From Me» (1:20 [entrada de slide]-…)

La crudeza vocal, los rasgueos de guitarras, las armonías vocales, el toque triste y al mismo tiempo con cierto encanto, nos coloca en la onda de bandas tipo Belle And Sebastian. Otras veces parece que estamos escuchando a esos músicos sucios que formaban la Velvet Underground, que con grandes limitaciones instrumentales y vocales creaban grandes piezas («Who Loves The Sun», «Femme Fatale»…). En cualquier caso, estamos ante músicos que parecen acariciar sus instrumentos, que graban todos juntos en directo (sólo pequeños añadidos en aislados puntos), que no usan efectos tipo eco o duplicación de pistas, que no buscan la creación de grandes pasajes instrumentales sino de brillantes pasajes llenos de melancolía y de tristeza. Como este «Ulrika's Body», en la que el cantante sólo pide, y de manera muy sosegada, ser correspondido en una relación amorosa.

(7) «Ulrika's Body» (1:05 [entrada voz]…)

lunes, 21 de febrero de 2005

La vida nos enseña que el amor es siempre revelado a seres que no existen...

BIANCHINA
Por Federico Fellini
A las cinco bajo el Arco de Augusto... Con esas palabras di mi primera cita de amor. Yo tenía quince años. Ella doce. Yo era negro, fantásticamente flaco. Ella era rosada, minúscula, fresca. Se llamaba Bianchina. La amaba porque se daba aires de hada...
Durante mucho tiempo, solo vi a Bianchina a través de las ventanas del salón donde se reunía su familia, en la planta baja de una vieja casa del centro de Rimini. Y aun la confundía con una y otra de sus seis hermanas. Amara sin saber exactamente a quien, es una experiencia que pone a prueba a un muchacho de quince años. Más tarde, la vida nos enseña que el amor es siempre revelado a seres que no existen...
Una tarde, junté todo mi coraje y escribí en uno de los vidrios de la ventana, al revés para facilitar la lectura, este mensaje perentorio: «A las cinco bajo el Arco de Augusto». Después, a las cinco, con un ramo de flores en la mano, fui a esperar. Bajo el Arco de Augusto. Me preguntaba con angustia, ya mezclada a una curiosidad sospechosa, cuál de las seis hermanas vendría a la cita.
Todas se parecían como para equivocarse. Pero sólo una de ellas tenía el privilegio de perturbarme el corazón. Fenómeno curioso, por otra parte. Casi químico, diría. Pero que, no viendo sino confusamente a mi amada a través de los vidrios, a menudo disimulados con cortinas de tul, mis sienes empezaban a latir no sólo cuando la veía, sino también cuando «adivinaba» su presencia... ¡Era un poco como si me hubiera enamorado de un ectoplasma!
Fue Bianchina la que vino a la cita. Supe más tarde que fue la única, entre sus hermanas, que había visto el mensaje garabateado en los vidrios de la ventana.
Por Bianchina, tuve acceso sin tardar a ese Paraíso que todo hombre merece al menos una vez en su vida. De inmediato conocí el insomnio. Ese insomnio del que se quejan los enfermos, los viejos y los olvidados. Horas maravillosas de la noche robadas al sueño, ese sepulturero aprovechador de claros de luna.
Por Bianchina descubrí montones de cosas. Los beneficios de la impaciencia. La largura de los minutos. El perfume de una cabellera de niña tendida sobre la hierba en las horas del crepúsculo. El efecto milagroso de un nombre repetido al infinito. Bianchina, Bianchina, Bianchina... Las largas conversaciones tranquilizadoras con alguien que ya no está allí...
Yo arrastraba a Bianchina, en horas de clase, a la campiña de los alrededores. Lo más lejos posible del mar, convertido para siempre en el reino tenebroso de la Mujer Monstruo. Le tomaba la mano para ayudarla a correr sin caerse por los senderos inventados por las cabras. Sentía su pulso latir contra mi palma, que se ponía toda húmeda, era el metrónomo de mi amor, gracias al cual yo componía sinfonías mozartianas imposibles de silbar.
A Bianchina le gustaban los cuentos con locura. Descubrí con éxtasis que la vida es más real cuando se la cuenta que cuando se la sufre. Entonces yo contaba, contaba, contaba... Bianchina me escuchaba asombrada.
Terminada mi historia, tenía que recomenzarla. Sin cambiar ni la más mínima palabra. Y el asombro de Bianchina seguía siendo el mismo. Comprendí, oscuramente todavía, que el amor que se siente a una mujer está en proporción directa con la cualidad de su asombro hacia nosotros. Si la admiración mata al amor, porque viene del entendimiento, el asombro lo exacerba porque viene del alma.
Un día decidimos huir. Yo iba a trabajar para Bianchina, lejos de Rimini, en alguna ciudad extraña donde podríamos tener la edad necesaria para legalizar nuestra unión ante Dios y ante los hombres. Sin razón precisa optamos por Bolonia. Tanto dicho, tanto hecho. La esperé una mañana muy cerca de la estación, con un paquete de sandwiches debajo del brazo. Tomamos el tren.
Era nuestro primer trayecto en ferrocarril. Estábamos temblorosos, enfermos de excitación. ¡Nunca más los paisajes de mi región brillaron ante mis ojos con tan deslumbrantes colores!
Durante el trayecto discutimos muy seriamente sobre el porvenir. Bianchina quería tener muchos hijos. Y un conejo. En cuanto a los chicos yo estaba de acuerdo. El conejo me entusiasmaba menos que la idea de tener un hermoso gato de ojos enigmáticos, que yo llevaba acurrucado en mi hombro. Pero a Bianchina no le gustaban los gatos, porque no comen ensalada. Quería también que yo me convirtiera en alguien muy importante, si fuera posible con un casco en la cabeza. Por un instante me vi en las calles de Bolonia, en uniforme de bombero, con un gato bajo el brazo, el paso heroico.
Comimos los sandwiches y bebimos del pico de una botella de naranjada, que nos ofreció una dama enternecida por nuestra edad y nuestros cuchicheos. Probablemente ella había decidido que nosotros éramos hermanos y hermana. Luego el tren penetró en la estación. Y nos encontramos en Ravena. Muy lejos de Bolonia.
Sobre los andenes de la estación, constatamos con inquietud que en Ravena no conocíamos alma viviente. Lo mismo hubiera sucedido en Bolonia. Pero hete aquí que estábamos en Ravena. Entonces Bianchina estalló en lágrimas. La sospeché de inmediato un tanto ilógica. Dado que no tenía en el bolsillo nada más que quince liras, Ravena o Bolonia daban lo mismo, le expliqué. Bianchina me miró con horror. Al saber que yo estaba desprovisto de recursos serios, se dejó atrapar por sonoros sollozos, era evidente que no le inspiraba la menor confianza. Mujer al fin, la ausencia de riqueza la desconcertaba.
Retomamos pues el tren a Rimini, adonde llegamos hacia el fin de la tarde. Mi madre tejía apaciblemente en el comedor, bajo la blanca claridad de la lámpara familiar. Posó sobre mí una mirada vagamente irritada y dijo: «¡Federico, estás todo colorado! ¿Cuántas veces quieres que te pida que no vuelvas de la escuela al galope?».
Nadie, ni en mi casa, ni en la de Bianchina, se habían dado cuenta de nuestra desaparición. Eso me ofendió profundamente. La felicidad de un viaje se mide en la violencia el retorno. Era al menos lo que yo creía entonces.
Hoy sé que si siempre se vuelve, es porque la tierra es redonda...
F.FELLINI

martes, 15 de febrero de 2005

Sobre los prejuicios hacia el cine español

Me apetece hablar sobre los prejuicios hacia el cine español. Creo que hemos de quitárnoslo, pero no sólo contra el cine español, sino contra cualquier otra manifestación artística. Plantarse ante una obra de arte con prejuicios implica tener cerrada la posibilidad de ser impactado por ella. Toda obra de arte es una entidad viva, esperando dialogar contigo, conmigo. Un libro que no se lee, acumular polvo en la estantería, se transforma en un ladrillo.
Acudir a ver una exposición con ideas previas hace que no veamos una exposición sino que simple y llanamente proyectemos sobre las obras de arte nuestras impresiones ya formadas previamente (sin haber conocido la obra). Tal vez puedas tener referencias previas del autor, o de otras de sus obras. Pero eso no es justo.
Ante el arte uno ha de estar virgen, puro. Los prejuicios cierran ventanas. Con juicios previos somos como aves que, pudiendo extender sus alas totalmente para abarcar totalmente la corriente de aire, nos limitamos a abrir un poco las alas. ¿Qué pasará? Seguramente nos acabaremos cayendo.
Borremos los prejucios. Seamos como vírgenes ante el arte, puros. Luego, tras la experiencia artística vienen los juicios a posteriori, pero eso es otra historia. Entonces ya podremos decir si es una pifiada o una obra maestra. Pero no dejemos pasar oportunidades simple y llanamente por prejuicios.
Claro, la teoría es muy bonita. Lo sé...

lunes, 14 de febrero de 2005

Sobre Amenábar

Yo tampoco he visto Mar Adentro. Me acuerdo cuando vi Tesis pensaba que estaba viendo una tomadura de pelo. La vi una vez y me quedé flipado de lo poco que me gustó, de lo mal interpretada que me pareció, de lo absurdo que me pareció la historia y el guión. La vi una segunda vez (y omito la reacción que experimenté para no molestar, esto es, no entro en detalles sobre la manera en la que me reí). Cuando vi Abre Los Ojos, me pareció que me estaban tomando el pelo nuevamente: no me gustó la actuación (para mí Noriega está sobrevalorado, y no digamos Penélope Cruz... lo siento, lo tenía que decir, pero Penélope Cruz, muy mona, no hay que negarlo, no transmite nada de nada), el guión me pareció que se caía por todas partes, especialmente por sus pretensiones metafísicas tipo "Nada es lo que parece", "somos víctimas de una conspiración", "hay otros mundo pero están en éste"... Para jugar con las leyes del espacio-tiempo, para hablar de universos parelelos y de conspiraciones de fuerzas invisibles... hay que saber de qué se habla... de lo contrario se cae en el ridículo -y eso es uno de los elementos que distingue el buen cine fantástico del malo: lo inverosímil también tiene su lógica y su estricto conjunto de normas (no es fácil provocar la "Suspensión del Descrédito", y ninguna de esas películas me lo provocó). Abre Los Ojos me indignó, me hizo salir de malauva del cine.
Pero he de admitir que me gustó Los Otros. Tal vez porque la fotografía me pareció distinta, porque no era tan retorcida e imposible de creer como sus anteriores producciones. Acaso porqué no era tan pretenciosa. O tal vez porque Nicole Kidman, y todos los demás artistas, estaban aceptables, especialmente los niños. O porque, en definitiva, me la creí.
Y ahora, con 14 Goyas, me da miedo ir a ver Mar Adentro: ya no es una película, es un producto institucionalizado, un instrumento de las Instituciones. Las instituciones la han bastardizado, la han prostituido para obtener beneficios. Para mí, Mar Adentro, representa ahora lo que más detesto en una obra de arte: su absorción por el Establishment. Siempre he pensado que cuando el arte se institucionaliza, se muere, se viste de traje y se pone corbata. Se acomoda y convierte no en vehículo de placer, de transmisión de emociones, sino en fuente de noticias para programas basura de prensa del corazón o los mismos telediarios, cuyos presentadores muestran gran deleite hablando de ella, colocándola a la misma altura que una rueda de prensa del político de turno.
Y que sea candidata al Oscar no lo considero fruto de su valor artístico (no digo que no lo tenga, ya he dicho que no la he visto) sino fruto de su valor como producto industrial. Su candidatura a los Oscar es una herramienta de las instituciones para abrirse paso en un mercado. ¡Qué no me vengan con discursos de arte! Es el Juego de la Industria. No deseo que no gane un Oscar, pero quiero que seamos capaces de ver qué está pasando realmente con esa película: la instrumentalización del arte, la transformación del cine en industria... ¿Realmente queremos que nuestro cine español sea una industria como la de Hollywood? Necesitamos dinero, y una mejor distribución, y más publicidad... Pero me temo que "los medios" van a ser incapaces de ver más allá de Amenábar y Almodóvar (incapaces de pasar de la A). Hay muchos más... Y esto, afortunadamente, no es Hollywood. Somos más brillantes, más cultos, más poetas, más libres. No tenemos esas estúpidas obsesiones con la bandera y paridas similares (bueno, los hay que sí, pero no representan la mayoría con la que nos encontramos en ese territorio comanche llamado USA).
Dando 14 premios a una película, con la consiguiente condena a la sombra de otras, no hacemos ningún favor a nadie. ¿Qué narices de oportunidades van a tener todos los demás? ¿Qué clase de academia es la que tiene el cine español? ¿Es eso fomentar el cine español? ¿Es ése el tipo de industria al que se aspira: un gran monstruo que se coma a todos los demás? Sería como si en música sólo se hablara de Los Beatles (que, dicho sea de paso, me encantan). ¡Sería insoportable!

domingo, 13 de febrero de 2005

Sábado noche

Nunca he sido amigo de salir por sistema los sábados por la noche. Siempre he optado por quedarme en casa (o en casa de alguien), a disfrutar de mi tiempo y de mi vida, junto a mi gente. Supongo que ese deseo de aferrarme al hogar se ha acrecentado últimamente en mí a raíz de mi creciente disgusto con el mundo laboral. Mi mayor desprecio hacia esa obligación de esta sociedad llamada trabajo me hace desear cada vez más quedarme en casa y disfrutar de mi tiempo, que gusto de compartir con quien quiero y no con las marabuntas de los bares. El trabajo cada día me da más asco, y todo lo que huela a capital. Los empresarios me provocan malestar general, desde la cabeza a los pies. Desgraciadamente, Passolini tenía razón cuando decía que, por encima del comunismo, socialismo, conservadurismo, etc., hay un "ismo" que prevalece: capitalismo.
No quiero dar a entender con esta alabanza hacia el hogar que abogo por los valores tradicionales. Y una mierda a la tradición. Sólo quiero tranquilidad. Todo lo que huela a tradición (como los empresarios, que sólo dejan de ser conservadores cuando ya no tienen nada que conservar) me provoca diarrea.

¡Qué suerte he tenido!

¡Qué suerte he tenido! He sido escogido por el ciego dedo de la democracia para ser miembro de una mesa electoral. No sólo eso, sino que además me van a dar un curso de formación. Estoy que no meo de emoción...
¿No podrían haber escogido a alguien parado? Van y fastidian un domingo, dándote una propinita que, la verdad, creo que sería más útil destinar al parado. De esa manera, están fastidiando un día de vacaciones a un trabajador. Y luego la charlita de formación, un jueves a las 5 de la tarde: ¡anda! pide permiso en el trabajo...
Para la próxima búsquense un parado, que harán mucho más bien que incordiando a los trabajadores. Gracias.

sábado, 12 de febrero de 2005

Sobre "El Marido de la Peluquera"

Me sigue doliendo la cabeza. Creo que esta gripe, o lo que sea, no se me va a marchar, pero me aguantaré. Gracias a esta situación, he podido ver películas que tenía archivadas y que casi había olvidado. Tengo ahora demasiado tiempo libre.
Una de las pelis que he vuelto a ver es El Marido de la Peluquera. No voy a poner su ficha técnica porque no tengo ganas de llenar esto de detalles técnicos que se pueden encontrar en cualquier parte. Sólo diré que esta película ocupaba un lugar preferencial en mi recuerdo. Había idealizado su final y lo asociaba con cierta escena. El otro día, el pasado no-me-acuerdo-qué día, cuando la volví a ver, me dí cuenta de que mi cerebro me había estado engañando: me había borrado el final. Ya no me pareció tan soberbia, tan linda. Es más, en algunos momentos me costó creerme lo que veía en escena.
Para muchos será secundario, pero me influyó la mala calidad de la copia. A pesar de ser DVD, el audio y el vídeo eran pésimos. La casa productora era Suevia, una auténtica porquería. Aviso a los navegantes: tomen con precaución los DVDs de la casa Suevia. Si no fueran de un material tan recio, se podrían usar de papel de báter.
Pero a lo que voy: ¡vaya cómo me había traicionado mi recuerdo! Y, de segundas, salió esta pregunta: "¿Qué es el arte?". No sé la respuesta, ni la pretendo dar. Sólo puedo decir que es algo vivo y que es capaz de traicionarte. El arte puede llegar a provocar dolor cuando descubres que no es lo que tú piensas. Es como enamorarse de alguien y percatarse de que no es lo que habíamos pensado. ¿Hemos de acudir vírgenes al arte, como al amor? Imposible. El arte, como el amor, es una creación humana, llena de perversidad, de dobles/triples/cuádruples/infinitas lecturas. Nos obliga a estar alerta, a alejarnos de todo conformismo.
Ante el arte, igual que ante el amor, permanezcamos alerta, y no olvidemos que exige una renovación constante, una revisión diaria.

Fiebre

Hoy es viernes, 11 de febrero de 2005, aunque tengo la impresión de que bien podría ser sábado o domingo, o cualquier otro. Últimamente se me ha alterado ligeramente la percepción del tiempo. Mas mis coordenadas espaciales están bien delimitadas últimamente: no salgo de casa. Pillé una gripe, o algo así, y me dejó tumbado en la cama durante varios días. La verdad es que me empiezo a desesperar. Me canso de estar cansado. Aunque también he de admitir que suspiraba por esta fiebre que ahora tengo, por quedarme en casa cobrando de la Seguridad Social, por seguir recibiendo el sueldo sin trabajar. Al menos... un sueño se me ha hecho realidad. Y eso no ocurre todos los días.