sábado, 19 de agosto de 2006

Algo que tal vez continúe #7


Los de siempre. Le gustaba firmar sus cartas con esas palabras. Cuando mandábamos postales a nuestras familias ésa era nuestra firma colectiva. Ella era la de siempre. Ella fue la de siempre. Llegará un momento en el que ella, y yo, y nuestra hija, dejaremos de ser los de siempre. Pasaremos a formar parte del nunca. Nos integraremos en la nada. Nuestro siempre habrá sido reemplazado por un nuevo siempre, que a su vez lo será por otro. Simultáneamente a ese siempre existirán un pasado y un futuro que no se alternaran de manera educada sino con violencia. Así es la vida. No me gusta. A ella tampoco le gustaba. Yo sigo aquí porque me creo imprescindible para cuidar de Sara, la pequeña. Ella no fue tan egoísta y supo ver que el mundo seguiría sin ella. Incluso yo sigo sin ella. Mi respiración no es necesaria para el mundo. Pero su respiración es necesaria para poder conciliar mi sueño. La pequeña Sara echa en falta a mamá. A veces pregunta a papá por ella. No me entiende cuando le digo que mamá ya no está aquí. Pregunta entonces a papá que dónde está mamá. No sé qué decirle. Cuando no has creído en nada en tu vida es difícil transmitir algo. Las creencias son necesarias, por muy absurdas que sean la mayoría de las veces. Hay gente que cree en Dios. Hay gente que cree en la iglesia. Los hay incluso que creen en ellos mismos. Todavía no sé en qué creo yo. Quiero forzarme a creer en la pequeña Sara. Pero su mirada tiene reflejos de su madre y no puedo mirar. Cuando vamos al parque y la niña se columpia la sombra que proyecta a según que horas del día es igual que el contorno de su madre, de mamá. Quiero pensar que creo en la pequeña Sara. Quiero obligarme a sonreír para ella. La niña no tiene la culpa de lo que pasó. Tal vez ese Dios en el que no sé si creo sea culpable. Mientras su gente de siempre sigamos aquí buscaré algo en qué creer. Mamá. Los de siempre.

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