sábado, 9 de septiembre de 2006

Provisionalidad

El ser humano atraviesa fases, o tal vez habría que decir que es atravesado por fases. No sé decir cuáles son las fases; puede, incluso, que ni existan, que todo sea una amalgama, un puré asqueroso. Pero creo que hay un momento en la existencia, que creemos eterna, en la que miramos atrás y nos asombramos de la provisionalidad de todo lo que hemos hecho. Se despierta entonces en la persona la pulsión a la tranquilidad y el desprecio hacia lo absoluto. Mirando hacia atrás, con cierta dificultad porque cada vez nuestros ojos ven menos y cada vez hemos de fiarnos menos de nuestros recuerdos, nos asustamos de lo jóvenes que hemos sido, a pesar de lo cual queremos seguir siendo jóvenes. Pero ante todo experimentamos una sensación de congoja al comprobar lo relativo que es todo. Cuando uno comprende lo relativo que es todo y acepta la imposibilidad de existencia de lo absoluto, todo cambia, todo gira. El sentimiento de absurdo lo domina todo. Lo tradicional se torna fuente de lástima, al tiempo que se mira al deseo de cambio con cierta sorna en los ojos. El desprecio hacia los gobernantes y su provisionalidad, fruto de un arrebato puntual de un puñado de ciudadanos (nunca de todos), debe ser obligatorio en esa fase de la vida. Y en el mismo nivel se encuentran instituciones que, como la iglesia, basan su existencia en un absoluto sobre el que no saben decir salvo metáforas incomprensibles para la gran mayoría, suponiendo que alguien se moleste en tratar de encontrarles sentido. Subordinar nuestra existencia al trabajo, otro de esos estúpidos valores absolutos, debería estar prohibido. ¿Qué vida se puede llevar terminando una jornada a las once de la noche para empezarla al día siguiente a las ocho de la mañana? ¿Qué vida se puede llevar comiendo cualquier mierda en cualquier sitio?
Supongo que hay una respuesta a todo eso. Supresión del deseo. ¿No es eso lo que quiere la iglesia? Prohibido follar, prohibido masturbarse (¿el Papa de Roma se masturba? Tanto hablan de ello los curas que algo deben de saber, ¿no?), viva la familia (¿qué coño opinan ellos si no saben qué es estar casado y esas mierdas?). Supresión de la inventiva. Si no tuviéramos imaginación no estaríamos con la mente en elementos disuasorios, tales como el cine, la música, la literatura, la pintura... Supresión del tiempo libre, que crea dependencia y controla nuestros actos.
Todo es provisional. Todo es pasajero, menos el deseo, la imaginación. Siento que esa tendencia del mundo hacia el absoluto, hacia la fijación, hacia los héroes, hacia las estatuas, me está matando. ¿Qué cojones importa que echen abajo la estatua de un militar? Al fin y al cabo, los pájaros necesitan algún sitio para depositar sus excrementos. Mejor que lo hagan sobre la calva de un busto de un militar, o algún mamón montado a caballo exhibiendo su fálico sable, que no sobre mi ventana. No debería haber monumentos a nadie. Debería prohibirse esa obsesión por fijar momentos que no hemos vivido.
Me canso. Me parece digna de lástima la existencia consistente en usar tu tiempo sólo para trabajar, para orar... para contruir algo absoluto. ¡En cuanto mueras, o tal vez antes, tu obra se irá al carajo! En cuanto mueran los que te enterraron ya nadie se acordará de ti. Y si acaso pasas a algún libro, a saber qué versión dan de ti.
Me canso. Quiero anclarme en el deseo para siempre, en la imaginación. Cuando se apaguen mi deseo y mi imaginación, apagadme.

Santiago Salinas (extracto del guión de la serie de televisión Rebelde Way)

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