domingo, 10 de septiembre de 2006

Momento de felicidad

Esta mañana me ha tocado de cuidar a mi sobrino. Me he sentido feliz. Ya sé que va en contra de mis principios admitirlos. Pero, dado que uno es humano y seguidor de Groucho Marx, aceptaremos como válido este cambio temporal (y cerrado) de principios. He puesto a su disposición un par de guitarras acústicas, un ukelele y un bajo eléctrico. El chaval, claro, se ha ido a por el bajo, lo más rudioso y, no hay que olvidarlo, lo más grande. El instrumento es más alto que él y no le llega el brazo a la mitad del mástil. No digamos nada de sus pequeños dedos, que se las ven y se las desean para poner notas en el ukelele. Pobrecillo, las cuerdas del bajo se le apoderaban. Lástima (o ¡qué bien!) el teclado no estaba en casa, lo cual hubiera redondeado la faena. Inolvidable su cara al escuchar las primeras notas de bajo. Me he sentido por unos instantes un mago haciendo trucos a un niño. Momento de sonrisa también cuando han venido sus padres a buscarlo y no se quería ir. Se quería quedar más. ¡No me extraña! ¡Con tanto ruido a su alcance el pequeño era feliz!
¿Será por eso que me gusta la música? ¿Por qué todavía me creo que tiene magia? Me pregunto qué sería de mi vida sin la música. La poca magia que consigo encontrar entre la mierda desaparecía de inmediato. Al menos, no soy el único que piensa así. Me parece, espero...

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