domingo, 10 de septiembre de 2006

Algo que tal vez continúe #15

Salí del trabajo antes de lo habitual. Así que llegué a casa pronto. Sara, que terminaba mucho antes que yo, siempre me esperaba sentada en el sofá. Preparábamos juntos la cena y charlábamos, o no, sobre lo que fuera. A veces disfrutábamos del silencio. A veces del ruido. Hoy estaba sentada en el sofá. Mirando fijamente la televisión. Un programa basura, de aquéllos en los que se discute sin arte ni oratoria, de aquéllos en los que las frases se encadenan sin pausas para asimilar toda la sarta de bobadas soltadas a pleno pulmón. Miraba la televisión, con el mando caído entre sus piernas, como abandonado. Creo que no me oyó entrar. La verdad es que tampoco hice mucho ruido. Quería darle una sorpresa. Me quedé observándola desde la entrada a la habitación. El mando abandonado. El periódico abierto por cualquier pagina y absolutamente deslabazado. Los zapatos debajo del sofá, como si los hubiera empujado para que nadie pudiera llegar a ellos. Sus ojos. Estaban rojos. Había llorado. ¿Por qué? ¿Había yo dicho o hecho alguna cosa inadecuada? ¿Por qué? Estaba llorando. Su cuerpo temblaba. Me acerqué a ella. Su espacio estaba triste. Su aire soplaba sin fuerza. Su luz parecía extinguirse. Como si yo no estuviera, se levantó y se fue al dormitorio. Se metió en la cama sin desvestirse ni quitarse la ropa que llevaba, que era todavía la que había llevado al trabajo. Quietud. Mirada perdida. Se levanta suavemente. Se acerca a mí. Me mira a los ojos. En silencio. Me acaricia. Me dice, entre balbuceos, “¿Qué pasará cuando ya no quede amor?”. Siento el sabor de sus lágrimas. “¿Has pensado alguna en dejar de quererme?”. Su piel está caliente. Le ha subido la temperatura. Tiembla como una niña. Aprieto su rostro contra el mío. Una lágrima salta de su mejilla izquierda a mi mejilla derecha. Quema. Abrasa. Duele. Su rostro se transforma en debilidad. Su cuerpo no resiste. Sigue llorando. En silencio. Le cuesta respirar. Le beso la nariz. Quiero hacerla reír. No sé cómo. “¿Qué pasará cuando ya no estemos nosotros?”. Sus manos buscan mis manos. Con los dedos de mi mano repaso los contornos de su cara. No me queda claro si sus arrugas se han acentuado o han desaparecido. Sus ojos tienen un brillo mágico. Beso sus párpados. Se aprieta contra mí. Me aprieta. Un impulso me hace apretarla contra mí. Empiezo a llorar. Me estremezco. Siento que mi cuerpo no aguanta mi peso. Necesito sentarme. Me siento y suavemente tiro de ella para mí. Quiero que esté conmigo. Se tumba en la cama, mirando el techo. Me apoyo en su vientre. Miro el techo. Siento la respiración irregular. Me giro para apoyar mi oreja contra su pecho y escuchar su respiración. Me incorporo. Le digo: “¿Qué pasará cuando ya no quede amor?”. Las lágrimas nublan mi visión. Me cuesta coordinar la respiración. “¿Qué pasará cuando ya no estemos nosotros?”.

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