sábado, 30 de septiembre de 2006

Algo que tal vez continúe #16

Ella. Con una guitarra de doce cuerdas. Perfectamente afinada. Acordes luminosos. Agazapada en una esquina. Canciones en inglés. Se inventaba las letras. Me dijo que había descubierto el secreto muy pronto. Por eso le habían expulsado. Brillaba demasiado. Rasgaba una canción muy lenta. Hablaba de agujeros y de nubes, de agua y de tierra, de viento y fuego. Su voz tenía el dolor y el color y el olor y el sabor que te provoca un escalofrío por todo el cuerpo. Me senté junto a ella. Sentí su cuerpo. Le dije que me sabía las letras de algunas de las canciones que estaba cantando. Me miró y me pidió que cantara con ella. “Me da vergüenza, ¿sabes?”, me dijo con una gran sonrisa en los ojos. “Eres capaz de sentarte en el suelo conmigo y te da corte cantar”. Sonora risa. Risa llena de vida. Vida alimentada de risa. Mujer de ninguna parte. Mujer llena de risa. Más llena de vida que yo, vacío de risa. Despojada de ira. Dejó la guitarra en el suelo. Se giró hacia mí. "¿Te gusto?”, me preguntó. “¿Te apetece tomar un café?”, le pregunté. “Todavía no me has contestado. No quiero tu café. Quiero tu respuesta". El silencio se apoderó de mi. Por el callejón resonaba el eco de la madera de la guitarra, golpeada de manera violenta por nuestros pies, que se enredaban mientras nos besábamos. Cerré los ojos. Los abrí. Sara estaba durmiendo a mi lado. Ella. Le amaba. ¿Era ella la mujer del sueño? Posiblemente no. Pero era mi Ella. Y en ese momento le amaba.

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