jueves, 31 de enero de 2008

Algo que tal vez continúe #40

Contaré que mi mundo se reduce a esta celda en la que vivo. Y admitiré que pocas cosas más conozco. Mi padre desapareció una tarde, creo. No me acuerdo qué mes. Hay gente que me dice que lo ve de vez en cuando. Incluso algunos me han dicho que yo he estado con él en mi celda, que ha venido a verme a la institución. Él sentado en la misma silla que ahora estoy mientras el café hervía en la cocinilla que me dejan usar algunos ratos, siempre bajo vigilancia. Prefiero no saber. Mi madre vive a 300 kilómetros al sur de aquí. Aunque no tengo muy claro si estoy aquí o allí. Antes de ingresar en la institución, fui a visitarla una última vez. No me ha vuelto a invitar desde entonces. Siempre me llama por teléfono. Unas veces tengo ganas de hablar con ella. Otras no y cuelgo sin responder a su saludo. Aquella última vez que fui a verla no conduje yo. ¿Para qué lo iba a hacer si hay gente que puede por mí? Aproveché el trayecto para dormir. No pude apuntar el sueño que tuve. Me dejé el maldito diario en casa. En cuanto me di cuenta que no me había traído el diario sentí que me faltaba algo. Si lo hubiera escrito, lo podría haber transcrito aquí y se lo podría haber pasado a los controladores de la institución. En fin, lo único que recuerdo de aquella excursión a la casa de campo en la que viví de pequeño era el cuarto de estar. Allí me volví a quedar dormido mientras mi madre, como en un susurro sin principio ni final, contaba las novedades de la familia, o sea, enfermedades, muertes y similares. Eso me traía —me sigue trayendo— sin cuidado. Estuve flotando. No quería saber qué hora era. Mi madre se encargaba cada dos por tres de recordarme que ya era la hora de tomar no sé qué, que si era la hora de beber no sé cuántos. Yo sólo quería dormir. Dormir y soñar. Solo así podría llenar mi diario. Ahora soy feliz porque estoy llenando estas páginas con algo que tal vez no ocurrió.

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