sábado, 6 de enero de 2007

Algo que tal vez continúe #30


Veo la película The Pink Panther, elegante comedia de Blake Edwards. Estoy solo. Ella se ha ido de compras. Creo que necesitamos algo para la casa. Me ofrecí a acompañarla, pero optó por ir sola. Ella sola. Yo solo. Dos seres solos. Parcheo mi soledad con The Pink Panther. La vi hace muchos años y tan apenas recuerdo algunos chistes sueltos. Veo que, con el paso del tiempo, sigue siendo elegante, quizá demasiado elegante, si bien hay algunos toques osados, como la infidelidad de la esposa del inspector, o el atrevido (para entonces, supongo) plano del trasero y las caderas (formidables) de la cantante de la fiesta.

Aparece ella. Capucine. Bella. Y me recuerda a aquel amor de aquel verano. Me atrevo a llamarlo amor. Me pregunto cómo lo llamará ella. Sí, me enamoré. Lloré cuando nos despedimos. Lloré cuando por teléfono, el día de mi cumpleaños, me dijo algo que consideré auténticas barbaridades. Creo que realmente lo eran. Pequé de amarla demasiado, de encariñarme de ella, de sus enormes ojos azules, de sus inmensas caderas, de su juguetón vientre, de sus pequeños pechos.

Puedes llamarme loco. Me da igual. Mientras veía la película ella ocupaba mi pensamiento. La nariz de Capucine era la nariz de la chica del verano lejano. Su cuello. Su doble juego. Su capacidad para enamorar con sólo un gesto. Ella me enamoró con su verbo, proveniente de una boca pequeña. Ella me enamoró con sus gestos, salidos de unas manos que cada vez que se perdían por mi cuerpo encontraba la felicidad. Su pelo, de color rojo. Su espontaneidad.

Durante el rato que duró la película aquel verano volvió a mi recuerdo, aquel verano de éxtasis y dolor, de enamoramiento descontrolado y estúpido, de deseos de vida y de muerte.

Nos despedimos muchas veces. Pero la despedida definitiva nunca llegó. Traté de llamarla por teléfono. Nunca constestaba. Finalmente alguien respondió. Era ella, con voz de dormida, de resaca. Me dijo que no quería hablar conmigo. Dije alguna burrada y colgué bruscamente.

Cuando Sara volvió me encontró llorando en el sofá. La pantalla del televisor mostraba el salvapantallas del reproductor del DVD. Se acercó a mí. Me besó. Me preguntó qué me pasaba. Apretó el botón del mando a distancia y salió en la pantalla la imagen congelada de Capucine.

"¡Es guapa! ¡Muy guapa!", dijo Sara, y se sentó junto a mí. Seguimos viendo la película. Sentía que debía abrazarla, pero no tenía valor. La abracé. La miré a los ojos. "Estás aquí, ahora", dije. Nos besamos.

No hay comentarios: